Por Emeterio Gómez
Egresado como Economista de la Universidad Central de Venezuela (UCV) en 1965.
CAPÍTULO I
¿QUÉ ENTENDEMOS POR MORAL?
Nada ayuda más a comprender la Ética, que tratar de diferenciarla de la Lógica, y nada ayuda más a diferenciar la Ética de la Lógica que precisar la diferencia entre una Deducción y una Decisión (ver cuadro 1). A lo largo del texto, estaremos siempre hablando de Ética y Moral como sinónimos, es decir, como exactamente idénticas; y lo mismo haremos con pensamiento racional y pensamiento lógico, es decir, con la Razón y la Lógica.
Reflexione: Tómese el amigo lector cinco minutos y trate de precisar –o más bien de intuir– esa crucial diferencia entre una Deducción y una Decisión. Usted mismo, por su cuenta, en su mente y en su Espíritu.
¿Qué es exactamente una Decisión? ¿Cómo la definiría o, más bien, la intuiría usted? ¿Qué es exactamente una Deducción? No le estamos pidiendo por supuesto una definición formal, convencional o sistemática, sino más bien la noción básica, la visión intuitiva de lo que Decidir y Deducir pueden querer decir.
¿Cree usted que existen “Decisiones Racionales”? ¿Cree que es posible una Decisión Racional?; es decir, ¿cree que se puede Deducir una Decisión? Trate de ubicarse ante estas preguntas, amigo lector, porque como decíamos pueden facilitarnos la comprensión de la Ética; y, además, porque la Civilización Occidental, dentro de la cual usted y yo vivimos, nos ha hecho creer que existen Decisiones Racionales, y eso es un error… un grave error.
Aunque es también –dicho error– una manera fértil de aproximarnos a la diferencia entre la Ética y la Lógica, una manera práctica de comprender o al menos de intuir lo que la Ética es. En otras palabras: en la discusión acerca de por qué es un error creer que existen Decisiones Racionales, nos aclararemos –usted y yo– la diferencia entre la Lógica y la Ética.
¿Qué pasaría si una Decisión se pudiese Deducir a partir de determinadas premisas, o a partir de algunas realidades concretas? Que es –dicho sea de paso– la única forma de deducir una conclusión, a partir de premisas o realidades dadas, no hay otra. ¿Qué pasaría si dicha Decisión se pudiese Deducir de manera rigurosa? Es decir: ¿qué pasaría si existiesen Decisiones Racionales? ¿Qué Decisión toma usted cuando ante una situación específica hace lo que –según su Deducción– es “lo único que se podía hacer”?
¡Porque si hay dos o más cosas que se pueden hacer ante unas premisas o una realidad concreta rigurosamente determinadas, si hay dos caminos a seguir, dos posibilidades alternas, entonces evidentemente no estaremos ante una Deducción, ni nos hallaremos en el terreno de lo racional! Las deducciones racionales sólo pueden ser tales si son inequívocas. Sería simpático que después de un razonamiento deductivo riguroso alguien dijese: “con base en dicho razonamiento, mi opinión es que la deducción correcta es tal, ¿usted qué opina?”.
Sería sencillamente absurdo ¡o más bien ridículo! que ante un razonamiento deductivo riguroso, en lugar de una única Deducción inequívoca, cada quien pudiese tener su opinión particular.
Pregunta clave: ¿Qué tipo de Decisión sería esa que deriva de manera rigurosa a partir unas premisas? ¿Sería de verdad una Decisión? ¿O sería más bien una Deducción?
¿En cuál de estos dos casos tiene su auténtico y verdadero sentido el verbo Decidir: a) “El vicioso del cigarrillo decidió fumarse un cigarro”; o b) “Decidió NO fumarse un cigarro”?
¿Cuándo tiene el verbo nadar su verdadero sentido: a) cuando se nada a favor de la corriente; o b) cuando se nada en contra de ella?
Reflexionemos detenidamente sobre estas dos últimas preguntas y empezaremos a redescubrir el significado riguroso de las palabras Decidir y Decisión. Recuerde que no se trata, como ya dijimos, de una definición formal o sistemática, sino de captar el sentido específico y concreto de las palabras. Cuando un vicioso del cigarrillo nos dice que él “decidió fumarse un cigarro”, uno entiende fácilmente que el verbo Decidir carece allí de sentido.
Él no “decidió” fumarse un cigarro, él se lo fuma porque su vicio se lo impone. En cambio, cuando él dice “decido no fumarme un cigarro” o, simplemente, “decido dejar de fumar”, en este caso la palabra Decidir tiene su verdadero y auténtico significado. Porque ahora, él, es decir, la persona humana, se impone sobre su vicio. Se sobrepone a él. ¡Ese va a ser –en nuestro enfoque– el núcleo esencial de la Ética: la posibilidad de imponerle valoraciones morales a la realidad!
El problema de la Moral no atañe simplemente al “tener principios y valores”, sino a la idea básica de ¿cuánta fuerza espiritual tienes para imponer –o imponerte a ti mismo– tus valores? Y el tamaño de esa fuerza guarda una estrecha relación con el tamaño de la presión que la realidad ejerce sobre nosotros.
La Ética atañe al Espíritu mismo, al alma directamente, a ella en cuanto tal ¡y no a los valores convencionales que una determinada civilización, sociedad, época o cultura nos impone!
Porque hay vicios que se le oponen –o se le imponen– al Ser Humano, porque hay una presión, una realidad concreta ¡o unas premisas! que lo llevan en una dirección contraria a la que él quiere ir, por eso –o ante eso– es que él, en su fuero interno, toma Decisiones. Porque tiene que imponer su Espíritu sobre la Realidad, su conciencia sobre el Mundo. Cuando el vicioso “decide” fumarse un cigarro no está decidiendo nada. Simplemente está dejando que la Realidad o el Mundo se impongan sobre él.
Esa es la interacción o la relación entre el Espíritu Humano y el Mundo, sobre la que estará girando permanentemente nuestra reflexión.
La comprensión de la Ética y del Ser Humano pasa por detectar cuándo la Realidad o el Mundo se nos imponen y cuándo es que nosotros podemos imponernos sobre ellos. O, también, respectivamente, qué es lo que NO podemos cambiar en el Mundo y qué es lo que SÍ podemos cambiar en él.
Veámoslo en un hermoso poema que algunos le atribuyen a San Francisco de Asís, y que al parecer los Alcohólicos Anónimos usan como emblema:
“Señor, dame paciencia
para aceptar y soportar
las cosas que no puedo cambiar…
Fortaleza o firmeza
para cambiar las que sí puedo cambiar…
Y, sobre todo, sabiduría
para precisar bien la diferencia”.
Con el verbo nadar ocurre exactamente lo mismo que con el vicioso del cigarrillo: cuando uno nada –en un río– a favor de la corriente, por supuesto que puede decir que está nadando; y hasta puede afirmar enfáticamente que: “he decidido nadar”. Pero es evidente que las palabras nadar y decidir no tienen en esa frase un significado riguroso o auténtico. Algo avanza uno adicionalmente por el esfuerzo de mover los brazos y las piernas cuando nadamos a favor de la corriente, pero igual si se queda usted quieto o inmóvil algo avanzaría, el río lo movería. Es decir, la corriente lo impulsaría, lo obligaría a moverse, ¡se le impondría!
En cambio si usted se voltea y decide nadar contra la corriente, entonces las palabras nadar y decidir cobrarán su significado pleno. ¡Ahora sí sabrá usted lo que es nadar y lo que es decidir! Si usted se mete en un río –o en la vida– y no hace un esfuerzo por “ir contra la corriente”, entonces inevitablemente ésta lo arrastrará. Y, lo más importante sobre lo que vale la pena reflexionar: ¡si la corriente es muy fuerte, el esfuerzo que usted tendrá que hacer será mayor! Y cabe pensar también que la corriente pudiese ser demasiado fuerte y que usted no tendrá ningún chance de evitar ser arrastrado… en cuyo caso es mejor que no se meta en el río. Lamentablemente en la vida es muy difícil “no meterse”.
Cosa que también ocurre en el caso del vicioso y el cigarrillo; hay niveles del vicio que usted sabe –o cree– que puede dominar a punta de fuerza de voluntad. En esos casos, usted puede imponérsele a la Realidad, usted es capaz de nadar contra la corriente. Pero si el vicio está muy avanzado, ¡o si se trata de drogas más fuertes! entonces usted necesita ayuda, la Realidad se habrá impuesto sobre su voluntad, el Mundo, en ese caso, será más fuerte que el Espíritu Humano. Lo mejor sería buscar ayuda, hasta que usted “por sí mismo” pueda imponerse sobre el mal. La Ética tiene sentido mientras usted tiene posibilidades de imponerse por sí mismo sobre el vicio… o sobre la realidad.
Después volveremos sobre algunas preguntas que se nos quedaron rezagadas, entre ellas: ¿Cree usted que es posible una Decisión Racional? O, lo que es lo mismo: ¿Cree que se puede Deducir una Decisión?
Volveremos para tratar de convencerlo amigo lector, de que por mucho que forme parte de nuestro léxico corriente, por mucho que la Civilización Occidental nos lo haya inculcado, no existe algo así como una Decisión Racional. O, lo que viene a ser lo mismo, que no se puede Deducir una Decisión. Porque si pudiéramos deducirla a partir de la Realidad, del Mundo ¡o de un conjunto de premisas!, entonces no seria una Decisión sino una Deducción.
Después volveremos sobre todo esto, que es vital para comprender tanto a la Ética como al Ser Humano –porque la Moral sólo tiene sentido cuando hay posibilidades reales de decidir–, pero mientras tanto, profundicemos un poco más en esa relación crucial entre la Deducción y la Decisión.
Para los que somos profesores –y para los que no también– hay una circunstancia que nos permite comprender fácilmente la crucial diferencia entre una Decisión y una Deducción: es el momento de corregir una prueba, el momento en el que hay que ponerle una nota a un alumno. Si dicha prueba esta muy buena… o muy mala, uno, como profesor, no tiene problemas, uno se distiende y descansa espiritualmente, porque sabe que no va a tener que confrontar mayores tensiones morales. ¡No va a tener que asumir ninguna responsabilidad ética! En ambos casos, todo dependerá de la prueba, de lo que el alumno hizo.
Reflexione de nuevo el lector sobre este caso:
Si la prueba está excelente, puede que uno dude entre ponerle 18, 19 o 20.
Si el profesor es mezquino, a lo mejor le pone 18. Si es más noble le pondrá 20, pero esa será siempre una Decisión menor.
Si, por el contrario, la prueba está muy mala el profesor podrá escoger entre ponerle 0, 01 o 02. Y podrá llegar hasta el 04, si desea estimular un poco al muchacho. Pero es evidente que se trata de una Decisión menor. Hay allí un problema moral –siempre lo hay– pero es lo que podríamos llamar un problema moral mínimo.
La consecuencia que se deriva de todo esto es contundente: si la prueba está muy buena el profesor no decide nada, a él se le impone –o, mejor dicho, la realidad le impone– lo que él tiene que hacer: aprobar o “pasar” al estudiante.
No es que él debe pasarlo, sino que tiene que pasarlo. En este caso, el profesor no opina, es como si él no existiera. Porque no tiene ninguna Decisión que tomar. Es como si fuese una computadora o un animal: desde afuera se le impone –inexorable y rigurosamente– lo que él tiene que hacer. ¡El hombre es, en este caso, claramente, un Ser Natural! (Ver de nuevo el cuadro 1.)
Concéntrese en esa última frase y reflexiónela: es la confrontación básica entre el hombre como Ser Humano o como Ser Natural. La lógica nos aproxima al mundo de lo Natural, la ética es ya el mundo de lo Humano.
Pero lo más importante: ¡el profesor no tiene que asumir ninguna responsabilidad moral! No fue que él “paso” o aprobó al muchacho. Fue el muchacho el que pasó o aprobó.
El profesor no se comporta en este caso como un Ser Humano, sino como un Ser Natural, es decir, como un ente que no decide nada, que no tiene por qué decidir nada; o sea, que no tiene por qué preocuparse ante la necesidad de tomar una decisión: la Naturaleza, la Realidad, el Mundo –o la prueba del estudiante– “deciden” por él.
Y es también evidente que si la prueba está muy mala se repite igualita toda la argumentación del caso anterior. El profesor se distiende porque sabe que él no tiene que decidir nada, porque nada depende de él, ni será culpa de él. Él no cuenta, no tiene la menor responsabilidad, ¡tiene, por el contrario, plena “libertad” para comportarse como un Ser Natural y no como un Ser Humano!
Tiene plena “libertad” para distenderse o, lo que es lo mismo, para abandonarse ante la Realidad Empírica que lo condiciona, que lo presiona, que le impone lo que forzosamente tiene que hacer. Esta es una forma ingenua de entender la libertad. Por eso le pusimos comillas, tanto en el párrafo anterior como en este. Porque los seres o entes naturales no tienen ninguna libertad. Por mucho que cuando vemos a un pájaro volar tendamos a creer que él es “libre” de ir a donde quiera.
La Ética no está presente para nada en ninguno de los dos casos anteriores.
(Rogamos al lector que tome nota de estos dos conceptos que acabamos de asomar: Ser Natural y Ser Humano. Porque ellos jugarán un papel decisivo en todo el texto. Porque una de nuestras ideas básicas es que el hombre NO ES, en lo esencial, un Ser Natural. Formamos parte de la Naturaleza, tenemos glándulas, vísceras y hormonas, pero no somos entes naturales. O, peor aún, sólo en la medida en que aflojamos nuestra condición moral, es decir, nuestra condición humana, nos convertimos en seres naturales.)
2.1. Una pequeña digresión
Hagamos aquí un pequeño alto, antes de continuar con este ejemplo, es decir, antes de pasar al verdadero problema moral, el que se le presenta al profesor cuando la prueba está “en la raya”, cuando él duda entre ponerle 9,4 (es decir, nueve, reprobado) o ponerle 9,5 (es decir, diez, aprobado). Hagamos un pequeño alto para averiguar: ¿por qué es que el profesor, en los dos casos anteriores –cuando la prueba está muy buena o muy mala– no tiene la más mínima responsabilidad moral?
La respuesta a esta pregunta es clave. Por suerte es también muy sencilla y contundente: cuando la prueba está muy buena o muy mala, el profesor se distiende, descansa tranquilo, porque percibe que –en esos casos– no tiene la mas mínima responsabilidad moral, ¡¡porque tiene razones poderosas para hacer lo que hace, razones que le imponen lo que hay que hacer, lo que es necesario hacer, lo único que se puede hacer!! Porque de la prueba se deduce necesariamente, no lo que el profesor debe hacer sino lo que él tiene que hacer.
En el primer caso, cuando la prueba está muy buena, hay razones –poderosas razones– para aprobar al estudiante. En el segundo caso hay razones para reprobarlo. En ambos casos, la Realidad, la Naturaleza o el Mundo le imponen al profesor lo que él forzosamente tiene que hacer. Él no Decide nada, Deduce cuál tiene que ser su manera de comportarse. ¡¡Cuando hay razones poderosas para hacer o no hacer algo, la Ética no juega ningún papel, se queda completamente fuera de juego!! Tanto es así, que cuando hay razones poderosas para hacer algo y no lo hacemos, es fácil comprender que estaremos, no ante un acto inmoral, sino más bien ante uno de carácter irracional. NO ante una inmoralidad, sino ante algo mucho peor, ante el acto de un loco, de alguien que ha perdido “la razón”.
De todo lo cual podemos Deducir que la Ética empieza a tener presencia o importancia en la medida en que se debilitan las razones que el mundo o el contexto nos imponen.
Y aparece allí un elemento que ayuda mucho a comprender tanto a la Ética como al Ser Humano: Deducir es fácil, muy fácil, sencillo, automático. En la medida en que las razones son poderosas, cualquier ser humano con una inteligencia promedio deduce lo que hay que hacer, lo que tiene que hacer. ¡En este caso –como ya dijimos– no estamos en realidad ante un Ser Humano sino ante un Ser Natural! Y en la esfera de Lo Natural, la ética no juega ningún papel. A nadie se le ocurriría juzgar moralmente a un ente natural. Si la prueba está muy buena o muy mala, sería irracional que el profesor reprobara o aprobara, respectivamente, al estudiante; pero, igualmente, si el profesor en cada caso hace lo que la realidad –esto es, la prueba– le obliga a hacer, sería igualmente irracional que se lo juzgase o criticase por ello.
Decidir, en cambio, no es fácil, nada fácil; el Ser Humano se define como tal en la esfera del Decidir, esto es en la esfera de la Ética. Tomar decisiones nos compromete, nos obliga a asumir responsabilidades. A veces esa responsabilidad es pequeña, como la decisión de ponerle 18, 19 o 20 al alumno, pero a veces es una Decisión seria, como la de reprobarlo o aprobarlo. Hay decisiones que un economista –o un gobierno– debe tomar y que pueden generar inflación, es decir, que pueden causar el empobrecimiento de millones de personas. Y, finalmente, a veces hay decisiones que pueden involucrar la vida de miles ¡o millones! de seres humanos. (Hace poco en una discoteca incendiada, alguien ordenó –o decidió– cerrar las puertas para que nadie se fuera sin pagar; murieron más de 150 personas.)
Mientras más difícil es una Decisión, mientras más desastrosas o trágicas pueden llegar a ser sus consecuencias, más empieza uno a sentirse rebasado, más empieza a palpar el peso de la responsabilidad; y, como es “natural”, más empieza a sentir la necesidad de ayuda externa, sea de otros seres humanos o de alguna fuerza trascendente. ¡Es entonces cuando se experimenta tanto la necesidad como la presencia de Dios! Nada nos acerca más a la esfera de lo Sagrado –la instancia superior de lo Humano– que la necesidad de tomar decisiones que pueden ser desastrosas para nuestras vidas o, peor aún, para las de los demás. Especialmente cuando se trata de seres queridos.
2.2. El núcleo duro de todo nuestro planteamiento
Rematemos esta pequeña digresión acerca de las razones que se le imponen al profesor para aprobar o reprobar al alumno –cuando la prueba está muy buena o muy mala– con una nueva reflexión del lector:
¿Por qué llamamos “razones” sólo a aquellas que –desde fuera de él, es decir, desde el Mundo– se le imponen al Espíritu?
¿O es que acaso tiene algún sentido llamar Razones a aquellos elementos, valores, opiniones, actitudes o Decisiones que el Espíritu, a partir de sí mismo, pone en la realidad?
Esas actitudes, opiniones o decisiones que el Espíritu pone de manera absolutamente autónoma o independiente, ¿son en realidad razones?, ¿o será conveniente llamarlas más bien valores y, más exactamente, valores morales?
¿No será más conveniente llamar “razones” a las Deducciones que se nos imponen necesariamente, porque también se le imponen necesariamente a todos los seres humanos por igual, “razón” por la cual podemos entendernos racionalmente?
¿Podemos aceptar temporalmente la idea de que “racional” quiere decir “exactamente igual para todos”? ¿O puede una misma cosa o proposición, ser racional para unos seres humanos y no racional –o siquiera un poquito menos racional– para otros?
Deténgase un minuto en esa idea, amigo lector: ¿Puede una proposición ser “un poquito menos racional” para algunos seres humanos, como aquella famosa frase de alguien que dijo: “no podemos hacer la reunión porque hay muy poco quórum”?
¿Tienen de verdad algún sentido esas frases que –sin saber lo que decimos– repetimos a diario: “no podemos entendernos porque tenemos dos maneras distintas de razonar” o “porque tú tienes tus razones y yo tengo las mías”, o “porque tú tienes tu lógica y yo la mía”?
¿Qué sentido tiene llamar “razones” a las valoraciones morales que cada espíritu individual hace, siendo que éstas pueden llegar a ser radicalmente distintas, extremadamente disímiles entre sí, en cuyo caso, será muy difícil –como efectivamente a veces lo es– que los seres humanos lleguemos a ponernos de acuerdo… cuando de la Moral se trata?
¿Por qué es tan fácil ponernos de acuerdo cuando –de verdad– de la Razón se trata, y por qué puede llegar a ser tan difícil lograrlo cuando estamos ante problemas morales?
¿Es posible que dos seres humanos contrapongan “sus” razones y que no puedan ponerse de acuerdo, porque cada quien se aferra a las suyas? ¿Es posible en consecuencia que “los dos tengan razón”? ¿Podremos decir, en ese caso, que “los dos tienen LA razón”? ¿Habrá que decir, mas bien, que cada quien tiene la suya… o todo esto carece de sentido, porque de verdad la razón es una sola? Anótese en las apuestas, amigo lector.
¿No será más bien que cuando dos seres humanos no logran ponerse de acuerdo es porque además de la Razón, entran en juego intuiciones, creencias, opiniones, percepciones, gustos, instintos, prejuicios, sensaciones, preferencias, “lecturas”, emociones, pasiones, interpretaciones… ¡y valoraciones morales!?
¿No será que los seres humanos somos absolutamente idénticos en cuanto a la Razón se refiere y absolutamente disímiles en cuanto a todo lo demás que conforma nuestro Espíritu, todo lo que en el párrafo anterior señalamos: intuiciones, creencias, pasiones, valoraciones morales, etc.?
2.3. Ahora sí: El verdadero dilema moral del profesor
Pero volvamos a las angustias del profesor universitario –o de bachillerato– al que hemos abandonado, precisamente cuando le tocaba confrontar su verdadero problema ético. Habíamos quedado en que si la prueba estaba muy buena o muy mala, él no tenía ningún dilema moral que afrontar, no tenía –en consecuencia– que asumir ninguna responsabilidad. Todo se reducía a Deducir lo que la realidad le imponía drásticamente: aprobar o, en el otro caso, reprobar al muchacho.
El verdadero problema –lo único que para el hombre representa un reto: el problema ético– se le plantea al profesor cuando la prueba esta “en la raya”. Cuando, después de haberla revisado tres o cuatro veces, descubre preocupado que perfectamente puede ponerle 9,4 (es decir, nueve) o 9,5 (es decir, diez). Esto es, cuando descubre que sin ninguna duda puede –¡por igual!– aprobar o reprobar al estudiante.
Cuando se da cuenta que con las mismas razones (las que están contenidas en el examen) puede aprobarlo o reprobarlo. Es decir ¡¡que no tiene razones ni para aprobarlo ni para reprobarlo!!
Y entonces el profesor, que es un hombre honesto, que no quiere ponerle 9 ó 10 por capricho y que tampoco quiere tirar una moneda para que sea ella la que “decida” la suerte del estudiante, entonces el profesor se dedica a buscar “razones” que justifiquen la nota que él tiene que poner. Vuelve a revisar la prueba… y nada. Revisa minuciosamente el comportamiento del muchacho a lo largo del año o del semestre; y encuentra poderosos elementos que inducirían a aprobarlo… pero también poderosos elementos que inducirían a reprobarlo. Y vuelve a tratar de ponerle una nota, la que sea, porque ya empieza a desesperarse.
Formulemos aquí una pregunta clave que puede funcionar como un magnífico ejercicio para el lector, un ejercicio que él debe resolver por su cuenta y en el cual nos negamos de plano a ayudarlo: Cuando –ante la disyuntiva de ponerle 9,4 o 9,5– el profesor revisa y revisa la prueba y el comportamiento del muchacho durante el año o semestre, ¿lo hace buscando razones para tomar una decisión o más bien para no tener que tomar una decisión? Reflexione, usted a solas, sobre esta pregunta. Porque ella le ayudará mucho a entender qué son la Razón, la Ética y el Ser Humano.
Dejemos al lector reflexionando y volvamos a las angustias del profesor ante el problema del 9,4. Porque como él es de verdad honesto, duda. Porque se da cuenta que sigue en las mismas: que tiene razones para aprobarlo y razones igualmente válidas para reprobarlo. Es entonces cuando nuestro querido académico descubre que está ante una Decisión, ante un formidable problema moral. Porque él no puede Deducir de ninguna parte lo que tiene que hacer, o más exactamente –ahora sí– lo que debe hacer. ¡Se da cuenta que no puede apelar a ninguna razón que justifique lo que dentro de poco hará! Descubre lo que un insigne filósofo descubrió para Occidente hacen apenas 250 años: que el deber ser moral, de ninguna manera se puede deducir de la realidad. Que lo que uno debe hacer en el plano de la Ética, es decir, en el plano de la práctica, no es un problema racional, no se resuelve racionalmente, no se puede derivar lógicamente de la Realidad dentro de la cual actuamos. Porque si se pudiese deducir racionalmente no sería un “deber ser” moral.
Complete, por favor, el amigo lector –“íngrimo y solo”– la reflexión:
¿Se entiende ahora más claramente, por qué decíamos que hay realidades que se le imponen al Ser Humano, en cuyo caso estaremos ante una Deducción; y situaciones en las cuales el Ser Humano pone o impone determinaciones en la Realidad, en cuyo caso estaremos ante una Decisión?
¿Se ve claramente que cuando el profesor Decida aprobar o reprobar a nuestro estudiante, esa decisión no la saca él de su análisis de la prueba, no la saca de la Realidad, ni la saca del Mundo, sino que la saca de su propio Espíritu? Es decir, que no la saca de ninguna parte sino que tiene que ponerla él, que tiene que crearla él.
¿Se ve claro que su Espíritu es capaz de producir esa Decisión, por sí mismo, de manera autónoma e independiente respecto de la Realidad, es decir, respecto de la prueba?
¿Se comprende fácilmente que la nueva realidad que vivirá ese estudiante la puso o la creó el profesor? y que pudiera ocurrir que la vida de ese joven tome cursos radicalmente distintos, dependiendo de la nota que finalmente le puso alguien totalmente ajeno a él. ¡Sin haber tenido razones para ponerle una nota u otra, es decir, sin haber tenido ningún fundamento racional para ello! ¿Y se intuye que en ese caso, lo que la vida del muchacho vaya a ser en el futuro es, en alguna medida ¡responsabilidad del profesor! de la nota que él ponga?
¿Se comprende ahora un poco mejor por qué las Deducciones no crean ninguna responsabilidad moral y por qué las Decisiones sí? ¿Se entiende por fin que una Decisión Racional es algo que carece de sentido? ¿Se intuye que lo esencial de la vida humana no se constituye a partir de la Naturaleza, ni del Mundo ¡ni de la Razón! sino del Espíritu, de la capacidad para Decidir, esto es, de la dimensión moral del Ser Humano?
¿Se capta, más o menos, por qué los dilemas morales generan tanta tensión? ¿Por qué lo que realmente define al Ser Humano es la moral, la necesidad de tomar decisiones y no la capacidad de Deducir?
¿Se empieza a vislumbrar que carecen de sentido esas viejas definiciones que nos concebían como Animales Racionales, Animales Políticos o Animales Sociales; que significan, las tres, exactamente lo mismo? ¿Se empieza a vislumbrar que nada que tenga que ver con los animales, o con la Animalidad, nos atañe en tanto seres humanos o espirituales?
¿Se empieza a atisbar un poco por qué cuando estamos en el plano de las Deducciones, es decir, de las Razones, nos comportamos como un Ser Natural, como un perro, un dedo o una computadora, que no tienen responsabilidad moral alguna; y por qué cuando tenemos que tomar Decisiones, asumimos la condición de Ser Humano, esto es, de Ser Moral? ¿Se empieza o no a captar la radical diferencia que existe entre lo Natural y lo Humano?
Y, lo más importante para nosotros, lo esencial de nuestro razonamiento: ¿se empieza a intuir qué es la Ética? ¿Se empieza a vislumbrar la esfera de la Moral y del Espíritu como aquella que está “más allá” de todo lo que el Mundo, la Naturaleza, la Racionalidad, la Sensibilidad o la Realidad pueden permitirnos deducir, conocer, descubrir, inferir, intuir, percibir, asociar, etc.?
¿Se empieza o no a intuir que cuando estamos frente a una verdadera Decisión, por pequeña que sea –como ésta del 9,4 ó 9,5– nuestro Espíritu de alguna manera se escapa de “esta realidad” y pasa a “otra realidad”, la realidad moral; a “otro mundo”, el mundo del Espíritu? ¿Se empieza o no a intuir que cuando estamos ante una verdadera Decisión, de alguna manera creamos la realidad, otra realidad, muy distinta de la que hubiese ocurrido si nuestra Decisión hubiese sido la opuesta?
Pudiera pensarse que los tres ejemplos de las secciones anteriores son situaciones excepcionales o rebuscadas: el vicioso del cigarro que decide no fumar, el nadador que decide nadar contra la corriente y el profesor que decide reprobar al alumno. Tres casos en los que el Ser Humano simplemente toma Decisiones. Bien sea porque –como el profesor– está “libre de razones” que le impongan un determinado comportamiento; o porque, como en los casos del vicioso y el nadador, el Ser Humano decide oponerse al vicio o a la corriente de agua que pretenden imponérsele, que pretenden llevarlo en una determinada dirección, pero contra los cuales él sabe que puede luchar.
Pero si reflexionamos un poco nos daremos cuenta que estos tres ejemplos, lejos de ser excepcionales o rebuscados, son por demás frecuentes. La vida cotidiana está repleta de ellos. Desde las realidades mas complejas y trascendentes, hasta las mas insignificantes. Bush tenía tantas razones para invadir Irak como para no hacerlo. ¡De hecho, perfectamente pudo no haber invadido! Igual que Truman pudo no haber lanzado las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki; o al menos ésta última. O los criminales que pusieron las bombas en Madrid el 11 de marzo del 2004, pudieron no haberlas puesto. Desde estas decisiones más trascendentes, pasando por la escogencia que hace un joven de la carrera que ejercerá toda su vida, hasta la decisión insignificante acerca de si comer postre o no, toda la vida humana está llena de “momentos decisivos”. Momentos en los que el hecho de tomar una alternativa u otra genera realidades radicalmente distintas.
Tal como ocurre en esa hermosísima película, El Efecto Mariposa, cualquier pequeña decisión tomada a los 7 años puede generar una vida radicalmente distinta.
El grueso de la vida humana se constituye por supuesto a partir de Deducciones; todo lo que tiene que ver con nuestro cuerpo, nuestra psiquis o nuestra relación con la naturaleza y con la sociedad, la biología, la química, la física, la astronomía, la matemática, la economía, la política, etc., todo ello se conforma de manera necesaria y se nos impone.
No hay que hacer un gran esfuerzo racional para Deducir que si quiero seguir con vida tengo que comer o que si no quiero oler mal debo usar desodorante. Pero lo esencial del Ser Humano, lo que tiene que ver con nuestro comportamiento, nuestras emociones, pasiones, valoraciones morales y en general con nuestra vida espiritual, ¡no se conforma de manera necesaria! no se nos impone, tenemos nosotros que imponerlo.
Los humanos vivimos en esas dos dimensiones: el mundo de la Libertad y el de la Necesidad, el de la Ética y el de la Lógica; el de aquellas cosas que podemos cambiar y el de aquellas que no podemos cambiar; el de aquellas que nosotros ponemos o imponemos en la Realidad y el de aquellas que la realidad le impone a nuestro Espíritu. El Ser Humano tiene un componente natural, comparte con la naturaleza una manera de ser; pero su esencia no es ese componente, no es la Necesidad. Lo esencial del hombre, lo que lo hace humano es la Libertad. En esta sección precisaremos esas dos nociones, la Libertad y la Necesidad, pero sobre todo la primera de ellas, la que nos define, la Libertad del Espíritu.
Un primer aspecto que es necesario precisar es la diferencia entre la libertad de los animales y la de los humanos. Desde niños, o desde siempre, nos acostumbramos a asociar la idea de Libertad con el vuelo de los pájaros o, un poco menos, con el deambular de los peces en el mar. ¿Qué más libertad que la de un ave o la de un pez que no encuentran ni en el aire ni en el agua el menor obstáculo a sus movimientos? El ave más que el pez, pero ambos tienen un horizonte amplísimo para desplazarse. A todo ello alude la expresión “sentirse como pez en el agua”.
Hemos vivido siempre con esa creencia según la cual el símbolo de la Libertad es el vuelo del pájaro… hasta que descubrimos dos verbos que guardan una estrecha relación entre sí, Decidir y Asumir. Hasta aquí habíamos referido la Ética a un solo verbo: Decidir; ahora agregaremos otro más importante todavía: Asumir. Ni las aves ni los peces deciden nada y, mucho menos, asumen nada. Ellos simplemente vuelan o nadan. Se “dejan llevar” por sus instintos, por sus sentidos, por las corrientes atmosféricas o marinas, etc.
La Libertad Humana, por el contrario es esencialmente un Decidir y –repetimos– más importante aún, un Asumir.
¿Por qué un Decidir? ¿Qué es lo que, en rigor, significa Decidir? Decidir implica antes que nada “estar consciente”, saber con certeza que somos libres de hacer A o B, A o lo contrario de A,… ¡¡o de no hacer ni A ni B!! Que sería el caso del profesor que no teniendo razones ni para aprobar ni para reprobar al estudiante de marras, se inhibiese, se negase a poner una nota y solicitase que otro profesor o el Comité de Ética del liceo, si lo hubiere, tome la Decisión que él considera irresponsable tomar.
Decidir es saber con certeza que –hasta cierto punto, por lo menos– el rumbo que tome la Realidad depende de nosotros. Que si nos decidimos por la opción “A” las cosas serán de manera muy distinta que con la opción “B”; que el futuro será distinto, dependiendo de nuestra Decisión. La Libertad Humana es la que escoge conscientemente una de las varias opciones que la Realidad le ofrece. Es la Libertad la que al escoger conscientemente una opción escoge también sus consecuencias, porque está –hasta donde esté– consciente de ellas.
Y eso es precisamente lo que significa Asumir: aceptar responsablemente la opción que se escogió, hacerla suya, aceptar las consecuencias que de ella se derivan. O, dicho en negativo: saber –cuando así ocurra, por supuesto– que no tenemos razones que expliquen ni justifiquen nuestras opciones o nuestras acciones. Esa es la clave más profunda y poderosa del Decidir y el Asumir –y de la manera de ser de los humanos: el saber que, a veces, no podemos apelar a ninguna razón para justificar nuestros actos.
Que no hicimos lo que hicimos o escogimos lo que escogimos, por tales o cuales causas, influencias, determinaciones o razones, sino que lo escogimos porque nosotros decidimos escogerlo. Porque asumimos libremente la decisión de escogerlo. Es por eso por lo que la idea de Libertad Individual va indisolublemente –¡aunque no necesariamente!– ligada a la de Responsabilidad Individual.
Porque esa idea de Libertad Individual va además indisolublemente ligada a la de Libertad Espiritual. Más adelante, en las reflexiones dedicadas a la Estética y a la Religiosidad, ahondaremos en esta idea de la Libertad Espiritual, pero vale la pena, desde ahora, precisar su esencia: cuando el Espíritu actúa en el Mundo, en contacto con la Realidad, tiene que someterse a las determinaciones que ésta le impone, es decir, en alguna medida tiene que someterse al mundo de la Necesidad. Pero el Espíritu –¡él sí!– es una entidad en sí misma. Por mucho que esté profundamente enraizado, involucrado, imbricado o interpenetrado con el Mundo, ¡es una entidad en sí misma! En esa esfera específica del Espíritu la libertad es absoluta, no está sometida a ninguna determinación; es un puro fluir, una “pura posibilidad de ser”; la más radical indeterminación, en lugar de un ser determinado.
Para resumir la relación entre la Libertad y la Necesidad, que va a ser el centro de este libro, empecemos a familiarizarnos con una Tabla y una Pirámide en las que está contenido todo nuestro planteamiento.
LA DEDUCCIÓN LA NECESIDAD
Lo que NO podemos cambiar Lo que la realidad nos impone La lógica La razón Lo natural Lo pasivo Lo reactivo El mundo La naturaleza La realidad ¡El pasado! Lo estructurado Lo permanente Lo definido Lo finito Lo determinado Lo que es Lo que tiene que ser El pensamiento que reproduce o refleja la realidad externa Lo dado | LA DECISIÓN LA LIBERTAD Lo que SÍ podemos cambiar Lo que nosotros ponemos o imponemos en la realidad La ética La moral Lo estrictamente humano Lo activo Lo creativo El espíritu La conciencia La voluntad ¡El futuro! Lo fluido Lo cambiante Lo indefinido Lo infinito Lo indeterminado Lo que debe ser Lo que puede ser El espíritu que crea la realidad interna… y buena parte de la externa Lo variable |
Con estos 23 pares de conceptos o categorías –y, sobre todo, con la confrontación que se genera entre ellos– es mucho lo que podemos ayudarnos para comprender lo Humano.
Usaremos las palabras Espíritu, Voluntad y Conciencia como afines. No son por supuesto sinónimos, pero sí afines. Lo mismo haremos con el Mundo, la Realidad Empírica y la Naturaleza. Llamamos “empírico” a todo aquello que tenga que ver con la experiencia. La idea es operar con esos tres pares de opuestos: el Espíritu y el Mundo; la Voluntad y la Realidad Empírica; la Conciencia y la Naturaleza. Sabemos bien que –en el fondo– no hay una verdadera confrontación entre ellos, creemos firmemente que podemos integrar nuestro Espíritu, la Naturaleza, el Mundo y el Universo, pero a los fines de introducirnos en el problema, a los fines de comprender la relación entre el Espíritu y el Mundo, ¡vale la pena separarlos!
A dichos fines –insistimos– vale la pena asumir como radical la disociación y confrontación entre el Espíritu, la Voluntad y la Conciencia, por un lado, y el Mundo, la Realidad Empírica y la Naturaleza, por el otro. Porque la comprensión de cuán radical es esa diferencia nos ayudará a aproximarnos a la Ética, al Ser Humano y, finalmente, a la noción de Dios.
Un buen punto de partida para comprender esa diferencia –o disociación– radical es asumir o aceptar que nuestro propio cuerpo, nuestras manos, rodillas y pulmones, el corazón y aun el cerebro ¡forman parte del Mundo, de la Realidad y de la Naturaleza; y no de nuestro Espíritu! Porque todos los órganos y partes de nuestro cuerpo funcionan de acuerdo –precisamente– a su naturaleza. No pueden funcionar ni actuar de otra manera. Igual que los perros, las piedras, las plantas y los planetas.
Nuestro Espíritu, aun cuando solemos asociarlo con la mente y el cerebro –y aunque los poetas lo asocien con el corazón– es de una “naturaleza” radicalmente distinta de nuestro cuerpo y del Mundo. ¡Precisamente porque nuestro Espíritu no tiene ninguna naturaleza! No tiene una manera específica de ser. Es una pura posibilidad de ser. Un “Ser” indeterminado que nosotros podemos determinar. Es decir ¡que el mismo espíritu puede determinar! Que gracias a nuestra voluntad puede asumir determinadas formas, pero que no tiene ninguna en particular. Que puede ser de infinitas maneras, ¡precisamente porque no es de ninguna manera específica! Ese es el terreno en el cual se conforma nuestra dimensión ética.
Lo que pretendemos a continuación, acompañados del lector, es aproximarnos a esa manera de ser del Espíritu –que es muy compleja y difícil de conocer–, a partir de la manera de ser del Mundo, que es muy fácil de conocer. Porque todo lo que en éste existe es más o menos definido, finito, permanente, dado, determinado, estable, constituido y preciso. Ello nos permitirá aproximarnos al Espíritu que es indefinido, infinito, fugaz, cambiante, indeterminado, inestable, fluido e impreciso.
Tómese el lector diez minutos para que reflexionemos juntos acerca de esa radical diferencia entre el Espíritu y el Mundo. Y para que, por esa vía –y, más exactamente, a partir del Mundo– empecemos a aproximarnos al Espíritu:
¡Intente comparar su mano con su Espíritu! Piense en su mano como algo perfectamente definido, determinado y finito. Yo sé bien dónde empieza y dónde termina mi mano. Conozco su largo y su ancho, su fuerza, su flexibilidad, su suavidad o aspereza, etc.
Pero yo no conozco, no tengo la menor idea acerca de dónde empieza o dónde termina mi Espíritu. Ni mucho menos acerca de qué ES, acerca de su forma, su fuerza, su tenacidad, perseverancia, coraje, moderación, flexibilidad, capacidad para soportar infortunios y superar dificultades, etc.
Puedo –o puede alguien– creer que es muy fuerte de Espíritu y en cualquier momento desplomarse… y viceversa. Podemos ser débiles de espíritu cuando todo parecía indicar –o permitía “deducir”– que seríamos fuertes… Y, a la inversa, en circunstancias difíciles podemos poner en juego fuerzas que no se sabe de dónde vienen, que no estaban en ninguna parte, que no existían, es decir, ¡que provienen de nuestro Espíritu!
Yo sé dónde empiezan, dónde terminan y, sobre todo qué son mi mano, mi hígado, mi corazón o mi estómago, pero no tengo una idea muy precisa acerca de dónde empieza, dónde termina y, sobre todo qué es lo que yo soy, es decir, qué es mi Espíritu.
Yo puedo conocer bastante bien la naturaleza de mi mano, porque tanto ella, como mis piernas, las piedras, las sillas, los animales y todo lo que existe en el Mundo ¡tiene, con toda seguridad, una “manera de ser”! Yo sé que mi mano flexiona los dedos hacia adelante y no hacia atrás. Tal vez algún fakir de la India pueda, pero los occidentales no podemos. En ese caso, nuestras manos tienen una “manera de ser”, más precisa, definida y definitiva que las de los fakires. ¡Pero tienen también –en consecuencia– menos posibilidades de ser!
Igual le ocurre al Espíritu, mientras más definido es, mientras más definida, inflexible y firme es nuestra “personalidad”, menos posibilidades de ser tenemos. Mientras más abierto o flexible es el Espíritu, más posibilidades de ser tenemos.
Pero el Espíritu no tiene en realidad ninguna manera definida, determinada, estable o precisa de ser. Los dedos de la mano no pueden flexionar hacia atrás, pero el Espíritu sí. Él flexiona, “sopla” o fluye exactamente para todos lados. Puede flexionar, soplar o fluir hacia lo justo, pero también hacia lo injusto; hacia el altruismo, pero también hacia el egoísmo, hacia el Bien o hacia el Mal; el desprendimiento o la mezquindad, etc. Estrictamente hacia donde a él le dé la gana.
Porque el Espíritu no tiene ninguna manera determinada de ser, es por lo que el Mundo puede influir sobre él y orientarlo en determinada dirección… mientras él se mantenga pasivo, mientras “se deje” influir, mientras no se decida a liberarse de las influencias del Mundo. Porque el Espíritu –en cuanto asume su condición activa– puede liberarse de cualquier determinación o influencia que el Mundo ejerza sobre él. ¡De absolutamente cualquiera! Si un hombre es esclavo –dijo alguien alguna vez– es porque valora más su vida que su libertad.
Veamos un ejemplo sencillo: si alguien me parte una pierna con un bate de béisbol, no puedo salir a decir que no me la partió. Sería ridículo. Pero si alguien intenta ofender mi dignidad o mi honradez, por terrible que sea la agresión, ¡soy yo –o mi Espíritu– el que decide si dicha agresión me ofende! Es toda la fuerza infinita que el Espíritu sin duda tiene, y que la sabiduría popular resume de manera contundente cuando afirma que: “a mí me ofende quien puede, no quien quiere”. Es decir, a mí me ofende el que logre doblegar mi Espíritu; el que logre anular la capacidad infinita que él tiene para ignorar cualquier ofensa.
Esta capacidad infinita del Espíritu para ignorar cualquier ofensa, para eludir, contrarrestar o anular toda influencia que el Mundo pueda ejercer sobre él, nos lleva a una idea básica para todo el libro: el Espíritu –si él lo decide, es decir, si asume su condición Activa– puede hacerse absolutamente independiente del Mundo. Porque en el fondo, aunque sin la menor duda, el Espíritu está profundamente compenetrado con el Mundo ¡¡también sin la menor duda, es absolutamente independiente de él!!
En el ejemplo de la pierna partida por el bate de béisbol, ambos son entes perfectamente definidos, determinados y finitos. Mi tibia y mi peroné tienen una resistencia definida y el bate también. Si éste es descargado sobre aquéllos con la fuerza necesaria, producirá un resultado definido, preciso e inevitable.
Mi Espíritu, por el contrario, es un ente perfectamente indeterminado e indefinido que –por ello– puede evitar, esquivar o negar cualquier ofensa. Un ente que –¡por ser indeterminado e indefinido, porque es una pura posibilidad de ser!– puede decidir qué lo ofende y qué no. Así como puede decidir ser menos mezquino, más honrado, tolerante o altruista, independientemente de las tentaciones, provocaciones, influencias, determinaciones, amenazas o chantajes que el Mundo pueda ejercer sobre él.
A todo lo largo de este libro, vamos a profundizar en la radical diferencia que existe entre el Espíritu y el Mundo, la Voluntad y la Realidad, la Conciencia y la Naturaleza; pero con lo que llevamos dicho podemos sacar desde ya una conclusión decisiva: el Espíritu es lo único, el único ente, en el Universo que toma decisiones, el único que está en capacidad de tomarlas… y sobre todo, de asumirlas. De todos los otros entes que existen en dicho Universo, ninguno está en condiciones de hacerlo. Y de allí sacamos otra conclusión vital: no el Mundo, pero sí nuestro mundo se constituye a partir del Espíritu y no de la Naturaleza o de la Realidad.
Pero ahora viene lo más importante: el Espíritu toma Decisiones, pero sobre él es imposible hacer Deducciones. ¡Nada que esté en él –en nuestro Espíritu– puede ser deducido a partir del Mundo o de la Realidad y nada puede deducirse a partir de él! Lo repetimos porque es el núcleo duro de cualquier reflexión sobre la Ética y el Ser Humano: nada que esté en el Espíritu puede ser deducido a partir del Mundo y nada puede deducirse a partir del Espíritu. ¡Es imposible deducir cuál será –en determinadas circunstancias– el comportamiento o la reacción espiritual de un Ser Humano! Es factible que se alegre cuando uno había deducido que se pondría triste… y viceversa. Siempre será posible que se comporte más mezquino… o más noble, más digno… o más rata, de lo que usualmente es. Ninguna ciencia de la Psiquis, ninguna psicología o psiquiatría puede establecer científicamente esas deducciones.
Y no lo puede establecer ninguna ciencia, no por limitaciones atribuibles a ellas, sino porque la condición fundamental del Espíritu es ser absolutamente libre, activo y creativo, es decir, impredecible. El Espíritu es un ente creador… y para que algo o alguien pueda ser creador, tiene que romper sus relaciones con el Mundo, tiene –en alguna medida– que disociarse de él. Por tratarse de un ente creador es imposible comprender científica o racionalmente al Ser Humano. O, para decirlo al revés, si se lo pudiera comprender racionalmente, dejaría de ser creador.
En el Mundo, por el contrario, ningún ente crea nada ni toma la menor Decisión, todo allí se Deduce a partir de determinadas premisas… siempre y cuando estas premisas permanezcan constantes o idénticas a sí mismas.
Con lo cual se redondea claramente nuestra confrontación o disociación radical entre el Espíritu y el Mundo. Una confrontación o disociación que podemos resumir como sigue: en el Mundo, esto es, en la Naturaleza, no se producen jamás Decisiones, esa es la esfera o el plano en el que es posible hacer Deducciones. En el Espíritu, por el contrario –¡cuando él asume su condición Activa!– nada se deduce de nada, la Deducción se torna imposible. Sólo existen, en ese caso, Decisiones.
Porque el Espíritu –cuando es Activo– no está atado, en lo más mínimo, ni a la Naturaleza, ni al Mundo, ni a nada. Dios es, precisamente, la indudable capacidad trascendente –consciente y volitiva– que los seres humanos tienen para atar su Espíritu al Bien, el amor al prójimo, la dignidad, la justicia, la solidaridad, el altruismo, la honestidad… pero también al Mal, la indignidad, la mezquindad, el crimen, la droga, la irresponsabilidad, la envidia, etc. ¡Aunque además de todo eso, existan el arte, la poesía, la música, la literatura, el cine, la arquitectura, el teatro y la pintura!
¡¡No hay peor manera de aproximarse a la Ética, la Libertad y el Espíritu, que desconocer o dejar de lado la inmensa presión que la Animalidad, la Naturaleza, la Realidad y el Mundo ejercen sobre nosotros!!
Asumir la hermosa idea de que somos “Imagen y semejanza de Dios”, sin asumir que somos también “Imagen y semejanza de las bestias”; es decir, no poner al lado de nuestro componente espiritual, nuestro componente natural o animal, es condenarnos a no entender nada. Y, lo más importante, condenarnos a no poder desarrollar de manera auténtica nuestra condición espiritual o moral, condenarnos a asumirla de forma artificial, dogmática, abstracta o ficticia.
Porque hay dos maneras claramente distintas de entender la Ética:
Cuando estos dos componentes o estas dos maneras de entender la Ética no se conectan adecuadamente, cuando se las separa de manera drástica, la Moral se torna ficticia, superpuesta y dogmática… cuando no fanática. Los principios y valores morales se convierten en camisas de fuerza, “Lechos de Procusto”, que pueden terminar por asfixiar o destruir al Ser Humano. (Lo de Procusto alude a un bandido de la mitología griega que, después de matar a sus víctimas las metía en un lecho o urna. Si el cuerpo no cabía, lo mutilaba o descoyuntaba hasta que cupiese. La expresión, Lecho de Procusto, alude a esos casos en los que se mantienen dogmática o fanáticamente unos principios y se fuerza o descoyunta la realidad para que quepa en ellos.)
La historia de la Civilización Occidental, desde hace tres mil años, es la historia de la separación drástica entre esas dos formas de entender la Moral, ¡por eso la Ética, en dicha civilización se ha convertido en un conjunto de principios y valores que pretenden ser universales y absolutos, pero que en realidad son artificiales, ficticios o dogmáticos! Por eso es que hablamos –o, mejor dicho, se habla– tanto de la crisis, la quiebra o la pérdida de los valores.
No ha habido ninguna pérdida de valores, lo que ha ocurrido en realidad es que nunca hemos asumido plenamente la Animalidad Humana, la Naturaleza, la presión desproporcionada que el Mundo ejerce sobre nosotros y, entonces, en cuanto esta presión se hace presente, como por arte de magia los presuntos valores absolutos y universales se esfuman, se pulverizan.
Para comprender mejor esta relación entre el Mundo y el Espíritu, es decir, entre lo Natural y lo Humano, hemos diseñado la Pirámide de la página siguiente que, a través de nueve escalones, nos lleva desde la dimensión o esfera de la Necesidad, hasta la dimensión o esfera de la Libertad; desde la realidad de lo natural que se nos impone férreamente, a la esfera de lo espiritual en la cual nosotros imponemos, construimos o creamos “la realidad”. Este ensayo es un esfuerzo por subir –con el lector– esos nueve peldaños, por escalar esa empinada cuesta que arranca en las vísceras, en los intestinos, en la animalidad y culmina en la Ética, la Estética y la Religiosidad; esa “fisura eterna de la existencia” que nos lleva desde las hormonas hasta la espiritualidad plena, hasta la esfera superior de lo Humano: lo Sagrado o la Religiosidad.
El criterio que constituye a la Pirámide y que permite subir sus nueve escalones es entonces la Libertad. Mientras más hacia la base de la pirámide estemos, menor libertad tenemos, y mientras más hacia la cúspide, mayor libertad. O, al revés, con el criterio de la Necesidad: mientras más hacia la base estemos mayor necesidad, más se nos impone la realidad; y mientras más hacia la cúspide estemos, menos necesidad, más imponemos nosotros la realidad.
Haga el esfuerzo el amigo lector para precisar –junto con nosotros– la idea básica de cada uno de esos nueve escalones. El libro específico sobre este tema –que alguna vez completaremos– consistirá en desarrollar un capítulo por peldaño, pero no está demás arrancar con una idea muy simple de cada uno de ellos. Nueve pequeñas batallas para ascender a la dimensión superior del Ser Humano, la espiritualidad plena, que nosotros llamaremos Religiosidad.
5.1. La Naturaleza y la Animalidad
En el primer escalón, es decir, en la base de la pirámide, hemos colocado a la Naturaleza en general y a la Animalidad –nuestra Animalidad– en particular. Antes que nada, la natura como la suma de todos los elementos que operan en el Universo y que nos determinan: la fuerza de la gravedad; los procesos biológicos, químicos y bioquímicos; el clima, la cantidad de yacimientos petrolíferos disponibles, los terremotos y tsunamis, ¡la feracidad de los suelos!, la mayor o menor ferocidad de “los otros animales”, etc.
Todo ello y mucho más, en cuanto a la naturaleza en general atañe. Procesos que influyen decisivamente sobre nuestra dimensión moral, sobre nuestro Espíritu, sin que éste pueda directamente influir sobre ellos.
De alguna manera –y en alguna medida– todos los fenómenos naturales influyen sobre nuestra condición moral y sobre nuestra fortaleza espiritual. Vivir en tierras fértiles, seguramente generará condiciones éticas bien distintas de las que genera la aridez, la escasez y el tener que hacer grandes esfuerzos para sobrevivir. El clima influye sin lugar a dudas sobre nosotros, endureciendo o reblandeciendo el Espíritu. Y el simple hecho –por mencionar al azar lo primero que se nos ocurre– el simple hecho de que los perros sean como son, amaestrables, leales y afectuosos, y el que en contrapartida haya insectos ponzoñosos, indudablemente en alguna medida influye sobre la manera de ser del hombre. Como dijimos al principio de esta sección, nuestro Ser Moral está poderosamente determinado por la naturaleza, por todo, absolutamente todo, lo que en el mundo existe.
Obsérvese que, al final del penúltimo párrafo, hablamos de la Naturaleza como de “procesos que influyen sobre el Espíritu sin que éste pueda –directamente– influir sobre ellos”. El hombre puede influir decisivamente sobre la Naturaleza a través de la tecnología. Pero ¡no es a ese tipo de influencia al que nos referimos!, sino a la influencia directa que el Espíritu puede ejercer en los escalones superiores de la Pirámide. A su capacidad para transformar –él mismo, directamente– la Realidad, para crearla o re-crearla, cuando de la Ética, la Estética y la Religiosidad se trata.
En cada uno de estos tres niveles –en el de la Estética, por ejemplo– podemos aceptar y aun hacer que nos agrade cualquier obra de arte, por más que nuestros sentidos o gustos más superficiales, naturales o corporales –es decir, culturales o sociales– la rechacen. Podemos –en la esfera de la Ética– imponernos el respeto o la solidaridad para con el otro, independientemente de que éste nos respete o no, sea solidario o no; y al margen de lo que los instintos pretendan imponernos.
Y, en el plano de lo esencial, en el de la Religiosidad, podemos imponernos ¡libremente!, la identificación, la comunión y –aun– el Amor al Prójimo para con nuestros semejantes, independientemente de lo que nuestras vísceras opinen. Hay una frase de Jesucristo que resume todo nuestro taller de ética: “Amar a los que te aman no tiene ningún mérito”. Esa es una expresión muy hermosa que capta las posibilidades de la condición humana. Reflexiónela el amigo lector.
¡En este primer escalón de la Pirámide, el hombre puede influir tecnológicamente sobre la Naturaleza, pero su Espíritu no tiene ninguna posibilidad directa de influir sobre ella! La tecnología puede cambiar el clima, pero el Espíritu no. La tecnología puede contrarrestar la Ley de la Gravedad, pero nosotros no podemos (decidir) volar o flotar por nosotros mismos. ¡Aunque no dudamos que la levitación pueda existir!
En este primer escalón –repetimos– la libertad de nuestro Espíritu para influir directamente sobre la Realidad natural, para modificarla o transformarla, es mínima, para no decir nula. Al menos en la Civilización Occidental y de manera general. Habría que ver hasta qué punto ello es posible gracias a los indudables desarrollos mentales que la mística oriental ha logrado; y hay sin duda casos aislados en Occidente de poderes mentales extraordinarios.
¡No podemos transformar directamente la Naturaleza con el poder de nuestro Espíritu, pero podemos, sin embargo, asumirla o aceptarla, adaptarnos en mayor o menor medida a ella! Hay allí ya una incipiente pero poderosa manifestación de la dimensión ética del Ser humano. Es el verso que ya citamos de San Francisco de Asís: “Señor, dame paciencia / para aceptar y soportar / las cosas que no puedo cambiar”.
Invirtiendo la conocida frase de Simón Bolívar ante el terremoto de 1812, “no podemos hacer que la naturaleza nos obedezca”, no podemos cambiarla por la sola acción de nuestra fuerza moral, pero podemos influir de manera decisiva sobre nuestra propia manera de enfrentarla, de relacionarnos con ella; y podemos influir en alguna medida sobre los efectos que ella nos produce. ¡Es la primera manifestación significativa de la inmensa fuerza contenida en la dimensión moral del Ser Humano!
Un último ejemplo a ver si queda definitivamente claro lo que queremos decir; y que para el desarrollo de todo el libro es vital: mi Espíritu no puede influir directamente sobre el clima, pero puede adaptarse en mayor o menor medida a él. Tecnológicamente un aire acondicionado influye sobre el clima, lo recrea, pero con o sin ese artefacto el Espíritu puede imponerse a sí mismo –e imponerle al cuerpo– un cierto margen de mayor o menor aceptación del clima.
Hecha esta aclaratoria, amigo lector, y analizada ya la Naturaleza, pasemos al segundo componente del primer escalón: La Animalidad, nuestra propia Animalidad.
Componente éste que es para nosotros –es decir, para mí– el más importante. Más importante que la Naturaleza en general, porque es de los dos el más cercano a lo humano. ¡Y sobre el que más podemos influir! La Naturaleza en general es demasiado poderosa y está muy lejana; mi Animalidad, en cambio, está allí, pegada a mí. Son mis vísceras, mis hormonas, mis intestinos; mi sexualidad y mis instintos más primitivos; mis muelas, siempre listas para doler; todas las glándulas y órganos de los cuales dispongo, mi estructura ósea, ¡mi estatura!, mi nariz, etc.
Y allí aparece el verdadero punto de partida de lo humano, es decir, de la Ética, el componente decisivo de este primer escalón: la batalla contra las glándulas y las vísceras. La pelea estelar entre el Cuerpo y el Espíritu, entre la Animalidad y la Moralidad. Concéntrese un poco más el amigo lector. Ni Ud. ni yo, hagamos lo que hagamos, podemos influir –directamente– en lo más mínimo sobre los complejos procesos bioquímicos y neurológicos que generan la mezquindad o la tolerancia. ¡Pero podemos influir –y mucho– sobre nuestra mezquindad y nuestra tolerancia! Estas pertenecen al séptimo escalón, al plano de la Ética, ¡pero los procesos neurológicos y bioquímicos que las generan pertenecen a los dos primeros: la Animalidad y la Psiquis!
De la misma forma, yo no puedo influir para nada sobre los procesos inconscientes, genéticos, naturales, bioquímicos y neurológicos que generan mi ira, ¡mi dignidad!, mi compasión, tristeza o angustia; mi sexualidad y toda la aterradora masa de mis instintos más primitivos; soberbia, humildad, ¡honradez!, envidia, coraje, lascivia, solidaridad, arrogancia, piedad, etc.
Yo no puedo influir para nada sobre los procesos bioquímicos y neurológicos que generan todo ello, ¡pero sí puedo –y mucho– influir sobre sus resultados! es decir, sobre mi ira, mi dignidad, mi alegría, mi tristeza, mi lascivia, etc. Estas pertenecen o se ubican en el séptimo escalón, aquellos procesos inconscientes pertenecen a los dos primeros.
Reflexione el amigo lector, o el participante en el taller, sobre esa simbiosis maravillosa –y sin duda milagrosa–, “sobrenatural” en cierta forma, que se produce en nosotros entre las vísceras y el Espíritu, entre la condición más profundamente animal, por un lado, y la Voluntad, la Moral y el alma, por la otra.
Reflexione sobre la trágica fábula de La Ranita y el Alacrán: ambos están en una isla que se está inundando, la ranita se prepara para salvarse saltando de piedra en piedra; el alacrán le pide que lo lleve en su lomo, ella le contesta que si hace eso él le clavará la ponzoña; pero tanto insiste el alacrán que la ranita acepta, lo monta en su lomo y lo salva. Por supuesto, antes de bajarse él le clava la ponzoña; ella muriendo, le pregunta ¿por qué lo has hecho?; y él, al parecer sinceramente arrepentido, le dice: “disculpa, pero esa es mi naturaleza”.
Reflexionemos juntos, amigo lector, sobre un hecho contundente: el alacrán no tiene ni la más remota posibilidad de ir contra sus instintos, usted y yo sí, el Ser Humano sí. La Moral y la Espiritualidad se constituyen a partir de esa indudable capacidad que tenemos para imponernos –aunque sea muy parcialmente– sobre nuestras vísceras.
Reflexionemos todavía un poco más, apreciado lector: ¿hasta qué punto logra usted captar ese momento decisivo en el que las vísceras y el Espíritu entran en contacto… y en conflicto? Haga el esfuerzo por captar ese instante crucial. ¿Hasta qué punto logra sentir que es allí donde empieza a constituirse lo humano? Es decir, usted como Ser Humano. ¿Cuánto percibe de esa diferencia maravillosa entre usted y un animal? ¿Hasta qué punto intuye que ellos no pueden imponerse a sus instintos y usted sí? ¿¡Hasta qué punto logra sentir que usted no es un animal!?
5.2. La Psiquis: psicología y psiquiatría
Con lo cual –a pesar de lo exigente del salto– pasamos de la Animalidad a la Psiquis, aterrizamos en el segundo escalón: toda nuestra relación con el Mundo, la Naturaleza y nuestra propia Animalidad se concreta a través de la Psiquis. Es allí donde en realidad “se bate el cobre”. En esa batalla frontal entre el Inconsciente y la Conciencia. Entre la masa infinita de estímulos e informaciones que nos generan la Naturaleza, la genética, la cultura y la Animalidad, por un lado, y las capacidades que tiene la mente para reducir todo ello a sensaciones, percepciones, intuiciones, nociones, conceptos, ideas, gustos, manías, intelecciones, etc. Es la confrontación entre la animalidad neurológica y bioquímica, por un lado, y la conciencia, por el otro.
Es, para decirlo con las hermosas palabras de Nietzsche, la lucha decisiva entre lo Dionisíaco y lo Apolíneo. Lo dionisíaco tiene que ver con la sensibilidad y lo apolíneo con la inteligencia.
Es la batalla frontal entre el abismo absoluto que circunda al Espíritu y el Espíritu. Entre la infinitud del Universo y la infinitud del propio Espíritu, que no tienen ninguna definición, por un lado; y la Conciencia que nos constituye, que nos define el Mundo y el Ser, por el otro. Para decirlo una vez más con palabras de Nietzsche: es la confrontación entre “la herida –o fisura– eterna de la existencia” y “el placer socrático del conocimiento”.
En este segundo escalón aparece ya la capacidad del Espíritu para influir directamente sobre la Realidad; es decir, para transformarla a partir de sí mismo. Entendiendo por “Realidad” en este caso, la inmensa masa de estímulos e informaciones que la Psiquis le proporciona a la Conciencia. Esta, de alguna manera, pone ya en el Mundo –es decir, en dicha Realidad– componentes activos ¡¡que no estaban en ella!! Que no provienen de la Realidad. Tal como –algún día, en algún capítulo de ese otro libro– veremos, una cosa es ser mezquino y otra radicalmente distinta es estar consciente de que se es mezquino. El primero de estos dos momentos pertenece a la Naturaleza, el segundo –el estar consciente– pertenece a la Psiquis y, a través de ésta, a la Ética y al Espíritu.
El estar consciente de ser mezquino y más aún ¡el estar consciente de estar consciente! no forma parte del Mundo, no está en él ni proviene de él, lo ponemos nosotros. Ese es el instante maravilloso en el que todo se constituye: la conexión o el puente entre la Naturaleza, la Psiquis y el Espíritu.
5.3. Un escalón muy especial, el tercero: La Racionalidad
La Racionalidad es, de hecho, la mitad de este libro. Tanto así que inicialmente pensamos llamarlo De la Racionalidad a la Religiosidad. En la pirámide que venimos analizando, la Razón cubre bastante más de la mitad, exactamente dos tercios, los tres escalones de la esfera de Lo natural y los tres de la dimensión de Lo social. Porque, en efecto, es la Razón, el pensamiento lógico, el que estructura o constituye para nosotros a la Naturaleza, la Animalidad y la Psiquis. Y también a la Economía, la Política y el Derecho. Por eso decimos que ella es, sin dudas, una dimensión muy especial de lo humano.
Pero más allá de que la Razón constituya o le dé forma hoy a nuestra vida natural y social, su importancia aparece mucho mayor aún si aludimos a la historia de la Civilización Occidental. Esta se constituyó básicamente sobre la Racionalidad griega y la Religiosidad judeocristiana, pero a partir del siglo XVI ha presenciado una creciente disminución del predominio de la espiritualidad y una creciente supremacía de la ciencia, el derecho, la psicología, la política, la economía, la tecnología y, en general, la medición cuantitativa, variantes todas ellas de la Racionalidad. Para no hablar del positivismo, el neopositivismo, el empirismo lógico, el pragmatismo, el operacionalismo, el conductismo y la visión estrictamente científico-tecnológica del mundo, distorsiones o aberraciones todas ellas de la Razón. La Ética, por su parte, nunca jugó un papel importante, porque estuvo siempre sometida a la Religión; en tanto que la Estética estuvo –y está– reservada a las élites.
Reflexionemos pues, amigo lector: primero, sobre la idea esencial que define a la Racionalidad. Segundo, sobre por qué la asociamos con algún grado de Libertad, con algún componente Activo, libre o creativo del Espíritu; razón por la cual la ubicamos en el escalón más alto de la esfera de lo natural, con mayor contenido de libertad que la naturaleza, la animalidad y la psiquis. Y tercero, ¿por qué no está la Racionalidad en los escalones superiores de la Pirámide? ¿Por qué no le asignamos a la Razón un lugar más elevado en la esfera de la libertad y en la constitución de lo humano?
Reflexionemos, además, acerca de cómo el tener una clara conciencia de lo que en realidad es la Razón –el comprender cómo mucho de lo que llamamos racional no lo es en realidad– nos ayuda a comprender mejor nuestra problemática moral.
En primer lugar: La idea esencial que define a la Racionalidad es simplemente la del conocimiento o la deducción necesarios, incontrovertibles, inequívocos, irrefutables y, en consecuencia, iguales para todos. Carece de sentido una verdad racional que sólo lo sea para algunos y no para otros. A eso se le llama opinión. Así como no es posible que de un razonamiento lógico emerjan dos conclusiones distintas. El conocimiento racional es, en ese sentido, el opuesto radical de la opinión, del “según mi criterio”, de la creencia, la especulación, el dogma, el “según mi parecer”, la interpretación, las diversas “lecturas” que cada quien le da a la realidad, etc.
Para poder producir ese conocimiento incontrovertible e inequívoco, la Razón tiene forzosamente que desligarse o separarse de la Realidad Natural. Razonar implica necesariamente separarse del Mundo, ¡construir otro “mundo” superpuesto al mundo empírico!; asumir unas premisas y a partir de ellas, esto es, en relación a ellas, empezar a sacar conclusiones. Sólo cuando el pensamiento se refiere a unas premisas dadas, bien definidas e inequívocas, puede producir conclusiones o deducciones irrefutables. Conclusiones que –en consecuencia– no estarán entonces referidas al mundo empírico del cual fueron tomadas las premisas ¡sino a las premisas mismas!
De donde emerge una conclusión crucial que vale la pena repetir y enfatizar hasta el cansancio: ninguna de las proposiciones y verdades que la Razón elabora se refieren al mundo empírico o natural en el que vivimos, sino a las premisas que asumimos. Jamás esas proposiciones dicen algo que sea verdad respecto del Mundo, sino respecto de las premisas, en relación a ellas.
Todo –es decir, toda la posible verdad de una deducción o conclusión– dependerá entonces de la mayor o menor exactitud con que las premisas se correspondan con el mundo. Pero ocurre que el mundo cambia permanentemente, fluye constantemente, no se está quieto. En cambio, las premisas –para que las deducciones puedan ser válidas– tienen que permanecer quietas, ¡idénticas a sí mismas! Saque el amable lector sus propias conclusiones. ¡Usted puede!
Pero si necesita una pequeña ayuda, henos aquí: Cualquiera podría contrargumentar diciendo que si una conclusión se refiere a las premisas y estas son tomadas del mundo empírico, entonces dicha conclusión se referirá también al mundo empírico. ¡Pero esta es una idea errónea, una creencia que le ha hecho mucho daño a nuestra cultura, a la Civilización Occidental! Porque cada vez que tomo una premisa del mundo empírico, este sigue su curso y yo me quedo con la premisa tal como era en el momento en que la asumí. Algún tiempo más tarde, mis conclusiones seguirán siendo válidas ¡en relación a mis premisas! pero ya no tendrán mucho que ver con la Realidad Empírica.
Ayuda mucho a entender lo que la Razón es, el saber que “razón” es una palabra latina (ratio) que significa Relación. De tal forma que Racionalmente lo que quiere decir es Relacionalmente. En otras palabras, que las verdades racionales lo son siempre en relación a unas premisas.
En segundo lugar: ¿Por qué decimos que la Racionalidad está asociada a algún grado de Libertad, a algún carácter Activo y creativo del Espíritu? Precisamente, por todo lo que acabamos de plantear: porque, ciertamente, algún grado de libertad hay en la escogencia de las premisas con las cuales construimos mundos lógicos.
Y, sobre todo, porque también hay un margen de libertad para el Espíritu en la definición, delimitación e identificación de dichas premisas. En ambos procesos, tanto en la escogencia como en la definición e identificación de las premisas, la Razón de alguna manera se conecta con la Ética, con la Libertad. De alguna manera, estas –la ética y la libertad– se le superponen a aquella, a la razón. O, más rigurosamente dicho, de alguna manera la Ética y la Libertad invaden el terreno de la Razón, se insertan o se incrustan en ella.
Tengo cierto margen de libertad para escoger mis premisas, y para definirlas hasta convertirlas en nociones estrictamente lógicas, ¡pero una vez que estas operaciones han sido completadas, las deducciones que de las premisas emerjan serán absolutamente necesarias! Lógicamente necesarias. Es decir, yo ya no podré influir sobre las conclusiones.
Tal como muchos grandes pensadores han señalado, no hay en el conocimiento racional ningún concepto, idea, esquema o teoría que no venga ya pre-determinado por algún pre-juicio, pre-concepto, pre-sunción o determinación libre del Espíritu. No hay ninguna comprensión racional de la realidad que no venga ya influida por alguna pre-comprensión de la misma.
La Racionalidad –y más específicamente la definición e identificación de las premisas consigo mismas– consistirá en eliminar todos estos pre-juicios, pre-conceptos, pre-comprensiones y determinaciones libres del Espíritu a fin de que todas las premisas, ideas, comprensiones y conceptos que entren en un razonamiento sean inequívocos, no se presten a diversas interpretaciones.
Porque, como resulta evidente, ¡¡sólo si las premisas son inequívocas, si no se prestan a interpretaciones, sólo así, las conclusiones que de ellas se deduzcan podrán ser necesarias o irrefutables!!
Pero queremos dejar abierto este tema para irlo conversando con el lector: independientemente de que forme parte de la Razón o no, hay un cierto margen de libertad asociado al proceso de pensamiento racional. Hay ¡en relación con él, aunque –sin la menor duda– no como parte de él! una clara posibilidad de imponerle condiciones a la Realidad Empírica… y por eso ponemos a la Razón en el tercer escalón y no en ninguno de los dos que están por debajo de él.
¡¡Sólo que dicho margen de libertad está fuertemente condicionado por la necesidad de deducir conclusiones estrictamente necesarias, de tal forma que –como pareciera obvio– mientras más rigurosa y necesaria es la conclusión más definidas tienen que ser las premisas y, en consecuencia, menos margen de libertad habrá, “razón” por la cual no colocamos a la Racionalidad en los escalones superiores de la Pirámide, es decir, en los niveles más elevados del desarrollo de lo Humano, aquellos en los cuales la Libertad pasa a ser lo más importante!!
5.4. La esfera de lo social: la Economía, la Política y el Derecho
Los tres primeros escalones que acabamos de ascender en este difícil camino que va de la Animalidad a la Religiosidad, de la Necesidad a la Libertad, corresponden, en la Pirámide, a una esfera que –genéricamente– llamaremos de Lo Natural. En ella entran la Naturaleza propiamente tal, la Animalidad, la Psiquis y la Racionalidad. En esta dimensión de lo Natural, la Necesidad y la Causalidad predominan ampliamente sobre la Libertad; el hombre es esencialmente un producto, un resultado o una consecuencia de su Psiquis, su Racionalidad, su Animalidad y la Naturaleza.
Los tres escalones siguientes corresponden a la esfera que llamaremos de Lo social; la de las relaciones entre los seres humanos, entre los espíritus individuales: la Economía, la Política y el Derecho. En todas ellas aparece ya, con fuerza, el Espíritu como ente Activo y transformador, pero el componente natural y racional, pesa todavía demasiado. Mucho más en la Economía, un poco menos en la Política y bastante menos en el Derecho. La Racionalidad y aun la Animalidad, están presentes en cada uno de estos tres escalones de Lo social, pero pierden fuerza en la medida en que ascendemos de la Economía al Derecho. En esa misma medida, la Ética, la Libertad y la Espiritualidad tienden a ganar terreno.
La Economía es una esfera estrechamente ligada a la Naturaleza, a la Necesidad, a la Causalidad y a realidades –como la Escasez– que se le imponen duramente al Espíritu; en tanto que el Derecho está mucho más cercano a la Libertad, a la moral y a las realidades espirituales que el Ser Humano impone. La política está justo a mitad de camino entre la Economía y el Derecho. Y también justo a mitad de camino entre lo natural y lo espiritual. Exactamente en el medio de la Pirámide, equidistante de la Necesidad y de la Libertad. No por casualidad ella –la política– ha sido considerada desde siempre como una esfera clave en la constitución de lo Humano.
La Economía, el cuarto escalón, se define alrededor de la Escasez; se constituye a partir de ella. ¡Y la Escasez nos acerca peligrosamente a la Animalidad, nos aleja con fuerza de la Moralidad, el altruismo, y la solidaridad! Es muy fácil ser “bueno”, dar, ayudar a los demás, cuando se tiene en abundancia. La palabra “noble” viene de allí. Al principio, los Nobles –condes y marqueses– eran nobles porque podían dar, ayudar a los demás. El verdadero problema humano es ser “bueno” o “noble”, compartir el pan o ayudar al prójimo… cuando el ingreso es escaso, cuando la Escasez nos aproxima al mundo de la Necesidad, de la sobrevivencia y de los instintos más primarios. No fue por casualidad que, en sus orígenes, se llamó a la Economía la Ciencia Lúgubre.
La fuerza moral que se requiere para ser solidario cuando la escasez presiona, es muy superior a la que se requeriría en condiciones normales. Siempre es posible, pero el esfuerzo ético que se requiere es mucho mayor. Aun en esos casos de escasez extrema, el Espíritu puede imponerse sobre la Realidad, es decir, puede imponer determinaciones en la Realidad, a fin de compartir el pan, pero la fuerza espiritual que se requiere podría resultar desproporcionada. Tendría que rebasar el terreno de la Ética y pasar al de la Religiosidad, la Santidad o el Amor al Prójimo. En ese mismo sentido, compartir el pan con la familia no requiere ningún esfuerzo moral, compartirlo con un extraño sí.
La Política, el quinto escalón, se define alrededor del Poder, se constituye a partir de él. ¡Y el Poder está todavía –también él– peligrosamente cercano a la Animalidad y con dificultades serias para conciliarse con la Moralidad! Aunque, como resulta evidente, también nos abre inmensas posibilidades para influir ética o espiritualmente sobre la Realidad. El poder le impone al Ser Humano presiones y exigencias feroces, pero también lo coloca en posición de tomar decisiones, ¡las decisiones claves y trascendentes para la constitución de la realidad social! Aquellas que tienen que ver –nada más y nada menos– que con el gobierno de la sociedad y el poder del Estado.
Sin menospreciar las posibilidades de acción consciente y volitiva sobre la Realidad, que ya aparecen en el plano de la Economía, aun teniendo bien presente la capacidad que la política económica –y más concretamente la política monetaria– tienen para modificar la Realidad, cabría pensar que la esfera de la Libertad, la acción consciente del hombre sobre la Realidad, empieza en forma determinante en el plano de la Política, justo en la mitad de la Pirámide. De hecho, el “tener una política” determinada en tal o cual terreno significa, en general, tener prevista una forma de acción concreta capaz de influir o de imponerle condiciones a la Realidad y al Mundo.
El Derecho, el sexto escalón, se define alrededor de la Ley. Que, como ya dijimos, se ubica indudablemente muy cerca de la Libertad, de la Ética y del Espíritu. La Ley se mantiene todavía –también sin duda– en el terreno de la Necesidad, se le impone compulsivamente al hombre, pero ¡es éste el que la crea, es él –como sociedad– el que se la impone a sí mismo! Es, en un primer momento, la primacía de la Ética sobre el Derecho. Pero una vez aprobadas o promulgadas, la Ley –o la Constitución– se convierten en alguna medida en “letra muerta” o al menos en “letra que progresivamente se va alejando de la realidad que le dio origen, a medida que ésta se va transformando”; es –en este segundo momento– la primacía del Derecho sobre la Ética. La lamentable, pero absolutamente necesaria e imprescindible primacía del Derecho sobre la Moral. Absolutamente necesaria, decimos, en la medida en que el hombre no logre desarrollarse ética, espiritual o ¡religiosamente!
Podemos suponer que en el momento en que una ley surge, o es promulgada, expresa el Espíritu de un tiempo y de un pueblo, pero a medida que éste y las realidades empíricas se van transformando, la Ley se quedará –obviamente– rezagada respecto de la realidad y, sobre todo, de la Moral y del Espíritu. Pero los hombres tienen la posibilidad de actualizar las Leyes y las Constituciones, de re-crearlas y adaptarlas permanentemente a lo que los seres humanos consideren justo. Esta es, dicho sea de paso, la única forma de mantener su legitimidad.
El anquilosamiento o rezago de un sistema jurídico sería la expresión del dominio del Mundo sobre el Espíritu; la actualización, re-creación y permanente relegitimación de dicho sistema expresaría la primacía del Espíritu sobre el Mundo. Cuando la Ley empieza a convertirse en “letra muerta”, cuando se aleja o rezaga respecto de la Realidad ¡y del Espíritu! opera como una restricción, ¡como una limitación que el Derecho le impone a la Moral! Cuando los hombres hacen las leyes y, más aún, las Constituciones, y cuando las modifican para adaptarlas a los cambios, entonces es el Espíritu, la Moral, la que le está imponiendo condiciones a la Realidad.
De esta forma en la esfera de Lo Social –en la Economía, la Política y el Derecho– el Espíritu asume plenamente su papel Activo, la posibilidad de imponerle determinaciones a la Realidad. La sociedad es perfectamente modificable por los seres humanos, pero la misma interacción social impone restricciones, procesos o estructuras rígidas que tienden a parecerse a las realidades naturales. ¡Restricciones, procesos y estructuras rígidas que muchas veces y en buena medida es necesario respetar! La Escasez y el Poder tienen todavía mucho que ver con el Derecho, sobre todo cuando las leyes y las constituciones son inflexibles. Pero para enfrentar este problema, para tener algún chance de ser un ente Activo, de imponerle determinaciones a las realidades sociales, el Ser Humano tiene que ascender los tres escalones que le faltan: la Ética, la Estética y la Religiosidad.
5.5. La esfera de lo Espiritual
El Ser Humano o, más bien, lo específicamente humano que hay en nosotros, se constituye en esos tres últimos escalones: la Ética, la Estética y la Religiosidad. En los seis primeros, el hombre se conforma como ser natural o social, es decir, como un ser esencialmente determinado. En los tres últimos se constituye como un ser esencialmente determinante. Como ente Espiritual, libre, Activo, creativo y Volitivo (es decir, que tiene voluntad). Como un ser que es capaz de crear la Realidad a partir de sí mismo y no del mundo, a partir de su Espíritu y no de la Naturaleza.
En cada una de esas tres esferas –la Ética, la Estética y la Religiosidad– el hombre sigue su ascenso hacia una, cada vez mayor, libertad, actividad, creatividad y voluntad (o volitividad). Es decir, cada vez se hace más libre, activo, volitivo y creativo. Cada vez se aproxima más a la Espiritualidad Plena, es decir, a Dios. Cada vez es más capaz no sólo de imponerse a sí mismo la tolerancia, la compasión, la solidaridad y el respeto por los demás; no sólo de encontrar belleza y arte, profunda belleza y arte sublime, en todo lo que en el mundo existe –y no en lo que unos cuantos críticos de arte o espíritus cultivados dicen que es arte–; sino que es capaz de imponerse a sí mismo la identificación con los demás seres humanos, el amor al prójimo.
En el plano de la Ética cada espíritu individual es absolutamente libre, pero como todos y cada uno de los otros espíritus individuales también lo son, será necesario que cada quien haga concesiones, que cada quien restrinja su libertad, ¡que se imponga restricciones en beneficio de los demás!, en aras de la convivencia con los otros. Por más que estas restricciones sean impuestas libre y volitivamente, ¡tienen que ser impuestas! Los espíritus individuales no pueden todavía –a nivel de este séptimo escalón– darle rienda suelta a su libertad, porque se impone el respeto a la libertad de los demás, ¡que existen de manera separada! Por eso, a todo lo largo del libro, estaremos supeditando la esfera de la Ética a la de la Religiosidad.
Que es una manera práctica de aproximarnos a la Ética. Porque ella es una esfera en la que todavía “cada quien es cada quien”. En la que el Yo y el Tú se mantienen separados. En la que el otro existe como otro. Cada quien tiene un espacio que es necesario respetar, que no puede ser invadido. Es una esfera en la que cada individualidad existe claramente diferenciada de las otras; y en la que no se cumple todavía esa maravillosa “definición” que un fértil teólogo judío del siglo XX, Martín Buber, da de Dios: “ÉL es simplemente, la relación entre TÚ y YO”.
La Estética es la esfera de la libertad individual plena. En ella el hombre es, ahora sí, absolutamente libre, activo, volitivo y creativo. Apelando a estos cuatro atributos, y a la fuerza infinita de su Espíritu, el Ser Humano decide ¡o puede llegar a decidir! lo que –estéticamente– le gusta y lo que no le gusta. No hay absolutamente ninguna restricción para la libertad individual en la esfera de la Estética. ¡¡No hay en ésta absolutamente nada que pueda imponérsele al Espíritu!! Nada que sea bello “en sí mismo”, ni que el Espíritu tenga que aceptar como bello porque la mayoría o los críticos de arte –o las personas cultas– digan que es bello… o artístico.
No hay ninguna obra de arte o belleza natural –y, por supuesto, mucho menos, ninguna tradición, convencionalismo, criterio generalizado, gusto mayoritario u opinión alguna de crítico de arte– que pueda imponérsele al Espíritu. Él es plenamente libre para decidir el “me gusta” o el “no me gusta”.
Los juicios y las valoraciones éticas tienen consecuencias para los demás y por eso es imprescindible respetarle a estos su realidad y sus valores morales ¡porque para vivir en sociedad es imprescindible lograr algún mínimo de conciliación entre dichos valores! Con el arte y los juicios estéticos ocurre algo radicalmente distinto. Ellos no tienen –o, mejor dicho, no tienen por qué tener– la más mínima consecuencia para los demás. Y si la tienen será porque junto al juicio estético estaremos dejando que se cuele alguna valoración o actitud ética (como por ejemplo el juzgar inculto o primitivo a alguien porque tenga gustos estéticos distintos de los nuestros).
¡Para vivir en sociedad no se necesita ninguna conciliación mínima de los gustos y juicios estéticos! Si dos personas –o dos millones de ellas– no coinciden en sus valores morales, si no están de acuerdo en lo que es correcto, justo o desleal, alguna conciliación mínima tiene que lograrse o no podrán conformar una relación social. Si, por el contrario, dos personas –o dos millones de ellas– no coinciden en lo más mínimo en sus valoraciones estéticas, perfectamente pueden tomarse un trago para celebrar que tienen gustos radicalmente enfrentados.
Podríamos resumir estas dos esferas, la Ética y la Estética, señalando que en aquélla cada espíritu individual es absolutamente libre, pero tiene que respetar a los demás; porque sus valores –o al menos sus valoraciones– morales son inseparables de las de los demás; en tanto que en el plano de la Estética cada quien es absolutamente libre, pero no tiene que respetarle los gustos estéticos a los demás. Porque los valores estéticos son perfectamente separables de los de los demás, ¡no tienen –en rigor– nada que ver con ellos! No se necesita compartirlos para vivir en sociedad. En el plano de la Estética, cada Ser Humano es absolutamente libre respecto de los demás seres humanos ¡¡pero no conforma con ellos –tal como ocurre en el plano de lo religioso– una unidad espiritual!!
La Religiosidad es el nivel del desarrollo pleno de la Espiritualidad. La Estética es la esfera de la Libertad plena, pero sin que ésta requiera de una relación con los demás. O, más exactamente, cuando ella se mantiene al margen de los demás. La Religiosidad es la esfera de la Libertad plena, de la Actividad, Voluntad y Creatividad plenas, pero en estrecha relación con los demás. Es la esfera de la identificación absoluta con los otros, la del Amor al Prójimo. La esfera en la cual los seres humanos –sea una pareja de enamorados, una de amigos o una sociedad– no constituyen ya unidades o individualidades distintas o separadas. Es la esfera en la cual los espíritus individuales se fusionan, se vuelven una entidad nueva en la cual la libertad de cada uno de los fusionados es plena. Precisamente porque la fusión se produce a partir del amor y de la presunción absoluta de la buena fe. Es la hermosa frase de San Agustín: “ama y no te preocupes de nada más”.
Comparemos ahora las tres esferas: En el plano de la Ética, la libertad de cada quien termina donde empieza la de los demás. En el de la Estética, las libertades individuales coexisten en paralelo, sin ninguna relación entre ellas, sin confrontarse y aun sin superponerse entre sí, sin rozarse siquiera. En el plano de la Religiosidad las libertades individuales se superponen de manera absoluta, se funden, se fusionan, en una sola. La Religiosidad es también la esfera de la Actividad, la Voluntad y la Creatividad plenas. Con un elemento adicional que es su núcleo más duro y que no se da en ninguno de los primeros ocho escalones: la Religiosidad es la esfera de lo Absoluto, de lo que es “en sí mismo”, sin relación con más nada… es la esfera de Dios.
Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.
Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.